Es un error pensar que
hay que arrepentirse antes de acercarse a Jesús. El pecador puede ir a Cristo
tal como es y contemplar su amor hasta que su corazón endurecido se quebrante.
“Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). Es
verdad que a menos que el pecador se arrepienta de sus pecados, no puede ser
perdonado; pero también es verdad que no debe esperar hasta que las emociones y
sentimientos lo embarguen de tal manera que piense que su pena es suficiente
como para hacer méritos para recibir el perdón. E.G.W.
Que el pecador vaya a Cristo tal como es, con toda su indignidad, para
comprender que el amor de Cristo derriba toda barrera. El pecador debe
acercarse a Cristo a fin de ser capacitado para arrepentirse, porque es la
virtud que fluye de Jesús la que fortalece las decisiones del corazón de
apartarse del pecado y seguir la verdad; esa misma virtud hace que el
arrepentimiento del penitente sea sincero y genuino. El apóstol Pedro ratifica
cuál es la fuente del arrepentimiento cuando declara: “A éste, Dios ha exaltado
con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y
perdón de pecados” (Hechos 5:31). E.G.W.
Cuando el pecador ve a Jesús levantado en la cruz, muriendo para que él no se
pierda sino que tenga vida eterna, entonces capta la enormidad de su pecado y
desea ser perdonado de todas sus transgresiones. El Espíritu Santo impresiona
su mente para orar con más fervor y para creer que si él pide, recibirá lo
prometido: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados y limpiamos de toda maldad. (1 Juan 1:9). Se regocija en el
amor perdonador de Dios y en la realidad y sinceridad de su conversión, lo que
lo lleva a poner empeño en obedecer los mandamientos divinos. El alma que ha recibido
al Señor renunciará a todo lo malo y aprenderá a hacer lo bueno, porque Cristo
es en él, la esperanza de gloria (Review and Herald, 3 de septiembre de 1901). E.G.W.
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios por medio de
Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos convencidos de pecado y
sentimos nuestra necesidad de perdón. Solo los contritos son perdonados, pero
es la gracia de Dios la que hace que se arrepienta el corazón. El conoce todas
nuestras debilidades y flaquezas, y nos ayudará. E.G.W.
Algunos que acuden a Dios mediante el arrepentimiento y la confesión, y creen
que sus pecados han sido perdonados, no recurren, sin embargo, a las promesas
de Dios como debieran. No comprenden que Jesús es un Salvador siempre presente
y no están listos para confiarle la custodia de su alma, descansando en él para
que perfeccione la obra de la gracia comenzada en su corazón. Al paso que
piensan que se entregan a Dios, existe mucho de confianza propia. Hay almas
concienzudas que confían parcialmente en Dios y parcialmente en sí mismas. No
recurren a Dios para ser preservadas por su poder, sino que dependen de su
vigilancia contra la tentación y de la realización de ciertos deberes para que
Dios las acepte. No hay victorias en esta clase de fe. Tales personas se
esfuerzan en vano. Sus almas están en un yugo continuo y no hallan descanso
hasta que sus cargas son puestas a los pies de Jesús. E.G.W.
Se necesitan vigilancia constante y ferviente y amante devoción. Pero ellas se
presentan naturalmente cuando el alma es preservada por el poder de Dios,
mediante la fe. No podemos hacer nada, absolutamente nada para ganar el favor
divino. No debemos confiar en absoluto en nosotros mismos ni en nuestras buenas
obras. Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecaminosos,
podemos hallar descanso en su amor. Dios acepta a cada uno que acude a él
confiando plenamente en los méritos de un Salvador crucificado. El amor surge
en el corazón. Puede no haber un éxtasis de sentimientos, pero hay una confianza
serena y permanente. Toda carga se hace liviana, pues es fácil el yugo que
impone Cristo. El deber se convierte en una delicia, y el sacrificio en un
placer. La senda que antes parecía envuelta en tinieblas se hace brillante con
los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en la luz así como Cristo está
en la luz (Fe y obras, pp. 37-39). E.G.W.
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