“El día del Señor vendrá así como
ladrón en la noche”
(1 Tesalonicenses 5:2).
Antes que el apóstol Pablo, ya
nuestro Señor Jesucristo había usado la metáfora de la llegada del ladrón a
mitad de la noche para ilustrar el carácter
repentino de su venida. No que Dios no le haya fijado una fecha exacta, o que
sea una cuestión que decidirá súbitamente en el futuro, sino que no ha tenido a
bien revelarla ni siquiera a sus ángeles.
Cuando el Señor mencionó ésta situación,
su preocupación era que su pueblo fuera a ser sorprendido sin estar listo para
el gran evento. De ahí las parábolas de las diez vírgenes y del ladrón. En ambas
exhorta a su pueblo a estar listo, a no “cabecear”, a “velar” diligentemente. En
ambas situaciones la persona se descuida. “Mientras que ellas iban a comprar”,
dice de las vírgenes que no estaban preparadas, “vino el esposo” (Mateo 25:10).
En la ilustración del ladrón que no avisa la hora precisa de su llegada, la
exhortación es nuevamente a “velar”, porque no sabéis exactamente a qué hora de
venir” (Mateo 24:42).
Y la razón por la que una persona
se verá sorprendida por la venida del Señor, no es porque le hayan faltado
advertencias, ni señales, sino que se distrae con detalles que no deberían
tener tanta importancia ante un acontecimiento tan vital; o porque le fueron
más apetecibles los placeres de este mundo que su comunión con Dios ahora y por
la eternidad, que es precisamente el acontecimiento que la segunda venida del
Señor inaugura. “Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y
bebiendo… y no conocieron hasta que vino el diluvio… así será también la venida
del Hijo del Hombre (Mateo 24:38, 39). “Más vosotros… no estáis en tinieblas,
para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1 Tesalonicenses 5:4).
Lo más difícil de hacer es
aquello que siendo fácil no lo hicimos al tiempo apropiado.
Gloria Lozano-Castrejón
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