Por las pruebas y
persecuciones se revela la gloria o carácter de Dios en sus elegidos. La
iglesia de Dios, perseguida y aborrecida por el mundo, se educa y se disciplina
en la escuela de Cristo. En la tierra, sus miembros transitan por sendas
estrechas y se purifican en el horno de la aflicción. Siguen a Cristo a través
de conflictos penosos; se niegan a sí mismos y sufren ásperas desilusiones;
pero los dolores que experimentan les enseñan la culpabilidad y la desgracia del
pecado, al que miran con aborrecimiento. E.G.W.
Siendo participantes de los padecimientos de Cristo, están destinados a compartir también su gloria. En santa visión, el profeta vio el triunfo del pueblo de Dios. Dice: “Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia... en pie sobre el mar de vidrio y con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras. Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos”. “Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 30).
No podemos esperar hasta
el juicio para estar dispuestos a negarnos al yo y levantar la cruz. No
podremos entonces formar caracteres para el cielo. Es aquí, en esta vida, donde
debemos colocarnos al mando del humilde y abnegado Redentor. Es aquí donde
debemos vencer la envidia, la contienda, el egoísmo, el amor al dinero, el amor
al mundo. Es aquí donde debemos entrar en la escuela de Cristo y aprender del
Maestro las preciosas lecciones de mansedumbre y humildad. Y es aquí donde
debemos hacer los mayores esfuerzos para ser leales y fieles al Dios del cielo
(Alza tus ojos, p. 190). E.G.W.
La regla de oro es el
principio de la cortesía verdadera, cuya ilustración más exacta se ve en la
vida y el carácter de Jesús. ¡Oh! ¡Qué rayos de amabilidad y belleza se
desprendían de la vida diaria de nuestro Salvador! ¡Qué dulzura emanaba de su
misma presencia! El mismo espíritu se reve¬lará en sus hijos. Aquellos con
quienes mora Cristo serán rodeados de una atmósfera divina. Sus blancas
vestiduras de pureza difundirán la fragancia del jardín del Señor. Sus rostros
reflejarán la luz de su semblante, que iluminará la senda para los pies cansados
e inseguros. E.G.W.
Nadie que tenga el ideal verdadero de lo que constituye un carácter perfecto dejará de manifestar la simpatía y la ternura de Cristo. La influencia de la gracia debe ablandar el corazón, re finar y purificar los sentimientos, impartir delicadeza celestial y un sentido de lo correcto.
Todavía hay un significado mucho más profundo en la regla de oro. Todo aquel que haya sido hecho mayordomo de la gracia múltiple de Dios está en la obligación de impartirla a las almas sumidas en la ignorancia y la oscuridad, así como, si él estuviera en su lugar, desearía que se la impartiesen. Dijo el apóstol Pablo: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”. Por todo lo que hemos conocido del amor de Dios y recibido de los ricos dones de su gracia por encima del alma más entenebrecida y degradada del mundo, estamos en deuda con ella para comunicarle esos dones. Así sucede también con las dádivas y las bendiciones de esta vida: cuanto más poseáis que vuestros prójimos, tanto más sois deudores para con los menos favorecidos. Si tenemos riquezas, o aun las comodidades de la vida, entonces estamos bajo la obligación más solemne de cuidar de los enfermos que sufren, de la viuda y los huérfanos, así como desearíamos que ellos nos cuidaran si nuestra condición y la suya se invirtieran (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 114, 115).
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