domingo, 31 de mayo de 2015

Salvación en la Tormenta

"Hace parar la tempestad en sosiego y se apaciguan sus ondas" (Salmos 10:29)


La vida tiene sus tempestades y no siempre sabemos quién las provoca. A veces nos sentimos culpables de posiblemente haberlas provocado nosotros mismos. Algunos podrían decir que Dios las ha enviado en su misericordia para pulir nuestro carácter. Otros dirán que Dios no envía a sus hijos el sufrimiento y ansiedad que provocan tales tempestades... que sólo las permite. Y tal vez otros más asegurarán que Satanás es el autor de toda tragedia y malestar grande o pequeño sobre la tierra... y sobre el mar; el agitado mar de la existencia cuyas olas, dice el salmista, "sube a los cielos y descienden a los abismos" (vers. 26).

Lo cierto es que atrapados en medio de la tormenta sobran las reflexiones teológicas. Al embate de las olas que se elevan "como si fueran a llegar a los cielos" y caen aplastantes hundiéndose juntamente con la azorada barquilla "hasta las mismas profundidades del abismo", la única voz posible, el único grito desesperado es "¡sálvanos, que perecemos!" (Marcos 4:38). Y como en el mar de Tiberias, basta solamente la divina palabra de reprensión, sea sobre los elementos, sea sobre la vorágine de pasiones humanas, sea sobre las potestades del infierno, sea sobre cualquier cosa que encuentre su símbolo y metáfora en la tempestad marina y amedrente al hijo de Dios, hasta hacerlo que su "alma se derrita y titubee como borracho" (Salmos 107:26,27), para que se pare "la tempestad en sosiego y se apacigüen sus ondas".

Es maravilloso experimentar la certeza de la salvación de Dios en los momentos menos promisorios y desalentadores de la existencia. Es como si el Señor quisiera desarrollar y hacer crecer hasta sus límites terrenales, la confianza de que así como su brazo poderoso nos libra del mortal oleaje de las tempestades temporales, no se acortará en lo mínimo para salvarnos de la tempestad total y devastadora, la liberación de la cual representa nuestra salvación eterna.

Entonces vendremos y lo alabaremos por siempre porque nos ha dado reposo en la tempestad y nos ha guiado "al puerto deseado" (vers. 30). Amén, así sea.


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