Una y otra vez la Biblia nos amonesta a huir de las riquezas de este mundo, las cuales perecerán juntamente con todo lo que hay en él. Jesús mismo aconsejó a sus seguidores la búsqueda de los tesoros celestiales, que se guardan por supuesto en lugares muy seguros a prueba de la "polilla y el orín" que los corrompen en esta tierra. Más de una vez las riquezas terrenales han sido la piedra de tropiezo para muchos que de otra manera habrían vivido una vida más tranquila y bendecida. La búsqueda insaciable de las riquezas terrenales trae mucha aflicción de espíritu, desarrolla un espíritu de competencia malsana, acarrea pre-ocupación por conservarlas una vez logradas y la obsesión de seguirlas multiplicando. No importa cuán opulentas sean las riquezas acumuladas en este mundo, no pueden gozarse tranqui-lamente más allá de lo que dura la breve existencia humana. Pero en ésta, como en otras ocasiones, el Señor nos anima a través del texto sagrado a hacernos riquezas celestiales, las cuales no necesariamente tienen que traducirse en brillantes monedas u otro tipo de posesiones materiales.
Aquí el sabio se está refiriendo a una riqueza procedente de las bendiciones de Dios, una que no importa cuánto se acreciente, "no añade tristeza con ella". Por el contrario, es una riqueza que añade alegría y gozo, paz y satisfacciones perennes. Es una riqueza para vida eterna, de grandes logros espirituales. Una riqueza que se disfruta ahora y por la eternidad. Una que lleva la impronta del Señor de los cielos y la tierra porque se deriva de una bella comunión con Dios y una sumisión a sus designios. Es la riqueza de su carácter y justicia imputados a cada uno de los que lo buscan y que lo buscan "de veras".
Comentarios Adicionales
Algunas de las riquezas en Cristo:
• Las riquezas de su gloria (Efesios 1:18, 3:16).
• Las riquezas de su sabiduría (Romanos 11:33).
• Las riquezas de su gracia (Efesios 1:7, 2:7).
• Las riquezas de su misericordia (Efesios 2:4).
• Las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad (Romanos 2:4).
• Las riquezas de su bondad (2 Corintios 8:2).
- "He tenido muchas cosas en mi mano y las he perdido todas, pero todo lo que he puesto en las manos de Dios, lo tengo todavía" (Martín Lutero).
- Cuando se le instó a un viajero a dar su opinión sobre un magnífico edificio erigido en la ciudad que visitaba, dijo: "No me admira demasiado, porque he estado en Roma donde se pueden ver estructuras mucho más bellas que ésta". Así sucede con el cristiano que por fe ha contemplado las glorias eternas. Nada de este mundo le satisface tanto como aquello. Nada puede compararse con las eternas riquezas de gloria que Dios le ha comenzado a mostrar.
- "En vista de la herencia gloriosa que puede ser suya, ¿qué rescate dará el hombre por su alma? Puede ser pobre y, sin embar-go, posee en sí mismo una riqueza y dignidad que el mundo jamás podría haberle dado" El camino a Cristo, p. 126.
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