domingo, 28 de junio de 2015

LA SABIA OBEDIENCIA

"El que guarda el mandamiento, guarda su alma" (Proverbios 19:16). 

Con esa sencillez y concisión de todos los proverbios, el sabio resume la correcta derivación a partir de la obediencia a un precepto digno de observarse. Nótese que no está haciendo alusión a una motivación, o bien a la relación entre la fe y las obras, o a sólo una parte específica y prominente de la ley divina. Está hablando en general de los preceptos divinos, ya sea que se trate de los mandamientos del Decálogo escritos con el dedo de Dios, de los escritos inspirados de sus profetas o de las leyes de la naturaleza que creó. 

En última instancia, quien se deleita en obedecer la voluntad de Dios, se coloca en un plano en el que puede recibir la bendición de Dios, y no necesariamente como premio o recompensa a su buena actitud, sino que "en el remedio mismo está la sanidad". Las leyes de Dios, en cualquiera de los ámbitos en que tienen vigencia, son las mismas leyes que rigen el buen funcionamiento de todo el universo creado, incluyendo el de la esfera intelectual y sobre todo espiritual. No se puede, por ejemplo, violar las leyes de la salud y esperar que al hacerlo se logre una salud perfecta. Las leyes implican siempre resultados de causa y efecto, porque hay un Dios que las ha creado para cierto efecto y para ciertos resultando Dios creó al hombre, su propósito era que gozara de felicidad perfecta. Y la gozó, mientras no violentó las leyes de la existencia que se la aseguraban. Aun cuando las violentó, Dios mismo vino a restaurar el acceso a ese estado perfecto de su creación. De hecho, las promesas bíblicas señalan claramente la restauración de su reino de perfección y felicidad. Pero mientras llega el día de la completa restauración, el hijo de Dios se empeña y se deleita en obedecer a través de la gracia de Cristo, lo que comprende de sus mandamientos, y nadie podrá negar que el resultado tendrá lógicamente frutos positivos. Es la ley de la causa y el efecto. 

Comentarios Adicionales

"No es tanto la importancia que tenga el hecho, sino la majestad del Dador de la ley, lo que debe ser la norma de la obediencia... Algunos ciertamente pueden calificar toda esa minucia y arbitrariedad como insignificante. Pero el principio involucrado en la obediencia o desobediencia no es otro que el mismo principio que fue probado en el Edén al pie del árbol prohibido. Y es el siguiente: ¿Debe obedecerse al Señor en todas las cosas, sin importar qué es lo que está ordenando? ¿Es el Señor el Dador santo de la ley ? ¿Están resueltamente decididas sus criaturas a asentir implícita-mente a su voluntad?" —Andrew Bonar, The Pursuit of Holiness, p. 23. 

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