domingo, 12 de abril de 2015

“Tú Eres mi Hijo Amado”

Jesús fue nuestro ejemplo en todas las cosas que atañen a la vida y a la piedad. Fue bautizado en el Jordán, así como deben ser bautizados los que van a él. Los ángeles celestiales contemplaban con intenso interés la escena del bautismo del Salvador, y si los ojos de los espectadores hubieran podido ser abiertos, habrían visto a la hueste celestial que rodeaba al Hijo de Dios cuando se inclinó en la orilla del Jordán. El Señor había prometido darle a Juan una señal para que pudiera saber quién era el Mesías, y en ese momento, cuando Jesús salió del agua, fue dada la señal prometida; pues vio los cielos abiertos y al Espíritu de Dios -como una paloma de oro bruñido- que se cernía sobre la cabeza de Cristo, y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”…

¿Qué significa esta escena para nosotros? ¡Cuán irreflexivamente hemos leído el relato del bautismo de nuestro Señor, sin comprender que su significado era de la máxima importancia para nosotros, y que Cristo fue aceptado por el Padre en lugar del hombre! Cuando Jesús se inclinó en la orilla del Jordán y elevó su petición, la humanidad fue presentada ante el Padre por Aquel que había revestido su divinidad con humanidad. Jesús se ofreció a sí mismo al Padre en lugar del hombre, para que los que se habían separado de Dios debido al pecado, pudieran regresar a Dios por los méritos del Suplicante divino. La tierra había estado separada del cielo por causa del pecado, pero Cristo rodea a la raza caída con su brazo humano, y con su brazo divino se aferra del trono del Infinito, y la tierra disfruta del favor del cielo y el hombre queda en comunión con su Dios. La oración de Cristo en favor de la humanidad perdida se abrió camino a través de todas las sombras que Satanás había proyectado entre el hombre y Dios, y dejó un claro canal de comunicaciones hasta el mismo trono de la gloria. Las puertas fueron dejadas entreabiertas, los cielos fueron abiertos y el Espíritu de Dios -en forma de una paloma- circundó la cabeza de Cristo y se oyó la voz de Dios que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.


Se oyó la voz de Dios en respuesta a la petición de Cristo, lo cual le asegura al pecador que su oración hallará cabida en el trono del Padre. Se les dará el Espíritu Santo a los que buscan su poder y su gracia, y él nos ayudará en nuestras debilidades cuando tengamos una audiencia con Dios. El cielo está abierto para nuestras peticiones, y se nos invita a ir “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Debemos ir con fe, creyendo que obtendremos las mismas cosas que pedimos a Dios (Comentario bíblico adventista, t. 5, pp. 1053, 1054).

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