Jesús presentó la parábola del hijo pródigo
con el fin de exponer acertadamente el cuidado tierno, amante y misericordioso
ejercido por su Padre. Aunque sus hijos yerren y se aparten de él, si se
arrepienten y vuelven, él los recibe con el gozo manifestado por un padre
terrenal que recibe a su hijo perdido durante largo tiempo pero que regresa
arrepentido (El evangelismo, p. 46). E.G.W.
El amor de Dios aun
implora al que ha escogido separarse de él, y pone
en acción influencias para traerlo de vuelta a la casa del Padre. El hijo
pródigo volvió en sí en medio de su desgracia. Fue quebrantado el engañoso
poder que Satanás había ejercido sobre él. Se dio cuenta de que su sufrimiento
era la consecuencia de su propia necedad, y dijo: “¡Cuántos jornaleros en la
casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me
levantaré, e iré a mi padre”. Desdichado como era, el pródigo halló esperanza
en la convicción del amor de su padre. Fue ese amor el que lo atrajo hacia el
hogar. Del mismo modo, la seguridad del amor de Dios constriñe al pecador a
volverse a Dios (Palabras de vida del gran Maestro, p. 159). E.G.W.
La lucha entre el bien y el mal no se ha
vuelto menos fiera de lo que era en los días del Salvador. El camino al cielo
no es más liso ahora que entonces. Debemos apartar todos nuestros pecados.
Debemos abandonar toda indulgencia predilecta que obstaculice nuestro progreso
espiritual. Si el ojo derecho o la mano derecha nos son causas de ofensa,
debemos sacrificarlos. ¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra propia
sabiduría y a recibir el reino de los cielos como niñitos? ¿Estamos dispuestos
a deshacernos de nuestra propia justicia? ¿Estamos dispuestos a sacrificar la
aprobación de los hombres? El premio de la vida eterna es de valor infinito.
¿Estamos dispuestos a dar la bienvenida a la ayuda del Espíritu Santo y a
cooperar con él, haciendo esfuerzos y sacrificios proporcionados al valor del
objeto a obtenerse? (Mensajes para los jóvenes, p. 54). E.G.W.
El Señor perdona a todos
los que se arrepienten de sus pecados. Él se aparta de los que no se
arrepienten, de los que se apoyan en la confianza propia. Nunca rehusará
escuchar la voz de las lágrimas y del arrepentimiento. Nunca volverá su rostro
del alma humilde que acude a él arrepentida y apesadumbrada…
El miembro de iglesia que cree en la Palabra de Dios nunca mirará indiferente a un alma que se humilla y confiesa su pecado. Sea recibido con regocijo el arrepentido. Cristo vino al mundo para perdonar a todo el que dice: “Me arrepiento. Lamento mi pecado”. Cuando un hermano dice: “Dios me ha perdonado. ¿Me perdonará usted?”, tome su mano, y diga: “Así como espero ser perdonado, yo perdonó” (Reflejemos a Jesús, p. 195). E.G.W.
El miembro de iglesia que cree en la Palabra de Dios nunca mirará indiferente a un alma que se humilla y confiesa su pecado. Sea recibido con regocijo el arrepentido. Cristo vino al mundo para perdonar a todo el que dice: “Me arrepiento. Lamento mi pecado”. Cuando un hermano dice: “Dios me ha perdonado. ¿Me perdonará usted?”, tome su mano, y diga: “Así como espero ser perdonado, yo perdonó” (Reflejemos a Jesús, p. 195). E.G.W.
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