Puesto que el sábado es una institución
recordativa del poder creador es, entre todos los días, aquel en que deberíamos
familiarizarnos especialmente con Dios por medio de sus obras. En la mente de
los niños, el solo pensamiento del sábado debería estar ligado al de la belleza
de las cosas naturales. Feliz la familia que puede ir al lugar de culto el
sábado, como Jesús y sus discípulos iban a la sinagoga, a través de campos y
bosques, o a lo largo de la costa del lago. Felices los padres que pueden
enseñar a sus hijos la Palabra escrita de Dios con ilustraciones obtenidas de
las páginas abiertas del libro de la naturaleza; que pueden reunirse bajo los
árboles verdes, al aire fresco y puro, para estudiar la Palabra y cantar
alabanzas al Padre celestial (La educación, p. 251).
Jesús era la fuente de
la misericordia sanadora para el mundo; y durante todos aquellos años de
reclusión en Nazaret, su vida se derramó en raudales de simpatía y ternura. Los
ancianos, los tristes y los apesadumbrados por el pecado, los niños que jugaban
con gozo inocente, los pequeños seres de los vergeles, las pacientes bestias de
carga, lodos eran más felices a causa de su presencia. Aquel cuya palabra
sostenía los mundos podía agacharse a aliviar un pájaro herido. No había nada
tan insignificante que no mereciese su atención o sus servicios (El Deseado de
todas las gentes, p. 54).
Y el Señor dice: “Si
retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado
llamares delicias, santo, glorioso de Jehová… entonces le deleitarás en
Jehová”. A todos los que reciban el sábado como señal del poder creador y
redentor de Cristo, les resultará una delicia. Viendo a Cristo en él, se
deleitan en él. El sábado les indica las obras de la creación como evidencia de
su gran poder redentor. Al par que recuerda la perdida paz del Edén, habla de
la paz restaurada por el Salvador. Y lodo lo que encierra la naturaleza, repite
su invitación: “Venid a mí lodos los que estáis trabajados y cargados, que yo
os haré descansar (El Deseado de todas las gentes, pp. 255, 256).
Las ceremonias
relacionadas con los servicios del templo, que prefiguraban a Cristo en
símbolos y sombras, fueron quitadas en el tiempo de la crucifixión, porque en
la cruz el símbolo se encontró con la realidad simbolizada en la muerte de la
verdadera y perfecta ofrenda, el Cordero de Dios.
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