martes, 23 de junio de 2015

UNA VÍCTIMA INOCENTE

"Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53: 5). 

Sólo una persona verdaderamente mezquina o despiadadamente insensible puede soportar, sin declararlo ni inmutarse, que otra persona sufra por engaño u omisión el castigo destinado a su propia falta. Pero en este mundo de engaño y corrupción con frecuencia se da el caso. Cuando se descubre el engaño o la omisión, con toda la injusticia y el dolor que acarrea, brota entonces un legítimo sentimiento de indignación y nos inclinamos a desear un doble o triple castigo para el verdadero culpable. Pero en las cortes celestiales, la legitimidad del castigo infligido sobre el inocente Hijo de Dios no es algo sobre lo cual haya duda, o se realice por falta de pruebas o a través de engaños maliciosos. 

El castigo de la cruz, soportado con singular estoicismo por nuestro Salvador, es ante todo el universo obvia y plenamente entendido como una ofrenda voluntaria de su vida, a fin de librar de la muerte eterna a quienes la merecían. No se efectuó por accidente, ni por error, ni siquiera como resultado de las maquinaciones de Satanás para lograr engatusar al Sanedrín, al sumo pontífice, a Pilato, a Judas o al gobierno romano, por más que todos ellos puedan cargar con su responsabilidad de participación en el hecho. Curiosamente, el único que no lo entendió así fue el ser humano. Dice el profeta que "nosotros" "le tuvimos por azotado, abatido y herido por Dios" (vers. 4), como si él hubiera realmente merecido el castigo. Por ello, porque su muerte en la cruz apareció a los ojos de tantos como la justa retribución a sus propios delitos, "escondimos de él el rostro" y "fue menospreciado y no lo estimamos" (vers. 3). 

Nada pudimos hacer entonces ni podemos hacer ahora para librarlo de la muerte injusta. Ni queremos hacerlo. Sólo podemos agradecer su muerte generosa. Aceptar que los culpables somos nosotros, pero que no podríamos haber evitado su muerte en nuestro lugar, porque la ofrendó voluntario, ¿y quién puede decirle a Dios: haz esto o, no hagas lo otro? Mejor aceptar nuestra culpa. Aceptar su inocencia. Aceptar su sacrificio y asegurarnos que no sea en vano en nuestra persona. Decir a grandes voces y declarar a través de nuestra vida una y otra vez que "el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados". "Cantad alabanzas, alegraos, porque Jehová ha consolado a su pueblo" y lo "ha redimido" (52:9). 

Comentarios Adicionales

El Camino de la Salvación, de la epístola a los Romanos, ha sido durante muchos años una ruta tradicional para dirigir a las personas hacia la fe en Cristo: 

1. Cada ser humano es un pecador (3:23). 
2. La paga del pecado es muerte (6:23). 
3. En su gran amor, Dios ha hecho provisión para la salvación de los pecadores (5:8). 
4. Cada persona debe poner su confianza en Jesucristo, el Hijo de Dios (10:9, 10, 13). 

Refiriéndose a la imputación de nuestros pecados sobre Cristo, como nuestro substituto, Martín Lutero declaró: "Todos los profetas profetizaron a través del Espíritu que Cristo se convertiría vicariamente en el mayor de los transgresores, asesinos, adúlteros, ladrones, rebeldes, blasfemos, etc. que haya existido o pudiera existir en este mundo. Porque siendo él un sacrificio por los pecados de todo el mundo, no es ahora una persona inocente y sin pecado... sino un pecador". 

En una ocasión, Lutero le escribió a un amigo: "Aprende a conocer a Cristo crucificado. Aprende a alabarle y decir: 'Señor Jesús, tú eres mi justicia, yo soy tu pecado. Tú has tomado sobre ti mismo lo que es mío y me has dado lo que es tuyo. Llegaste a ser lo que no eras, para que yo pudiera llegar a ser lo que no soy". 

Dice Oswald Chambers: "Hollamos la sangre del Hijo de Dios si pensamos que somos perdonados porque nos arrepentimos de nuestros pecados. La única explicación por el perdón de Dios y la insondable profundidad de su olvido de los pecados es la muerte de Jesucristo. Nuestro arrepentimiento es simplemente el resultado de darnos cuenta personalmente de la expiación que ha obrado en favor de nosotros. No importa quién o qué seamos, hay absoluta reintegración a Dios a través de la muerte de Jesucristo y no de ninguna otra manera. No porque Jesucristo ruegue, sino porque murió. Esa reintegración no se gana, se acepta... La expiación es una propiciación a través de la cual Dios, mediante la sangre de Cristo, hace santo a un hombre impío". 

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domingo, 14 de junio de 2015

EL TRIUNFO DEL BIEN

"No seas vencido de lo malo, mas vence con el bien el mal" (Romanos 12:21). 

El consejo del apóstol es muy práctico y oportuno. Oportuno porque se aplica a casi cada aspecto de nuestra vida cotidiana. Y es que vivimos en el terreno enemigo luchando constantemente contra su poder. Pero el consejo podría parecernos simplemente una frase retórica, que no toca fondo; algo que es obvio y se repite circunstancialmente, pero que no funciona tan fácilmente en la práctica. Después de todo, no siempre se tiene el deseo ardiente de vencer el mal y menos con el bien. A veces el mal resulta demasiado placentero, sea en términos de ganancia personal, de fama y de buen nombre, de venganza acariciada y otras tantas modalidades que pueda revestir. 

En el contexto de esta declaración, el apóstol se refiere específicamente a la venganza. Dice que la venganza le pertenece solamente a Dios (vers. 19) y que nosotros no tenemos nada que ver con ella. Por eso, cuando nuestro enemigo tiene hambre o tiene sed, no debemos pararnos a considerar sus acciones para ver si merece o no nuestro servicio de amor. El apóstol aconseja simplemente que sigamos adelante con nuestro deber cristiano, sin hacer acepción de personas. Pero el verdadero secreto de cumplir este mandato aparentemente tan lógico, pero tan difícil y a veces imposible de cumplir, se encuentra precisamente en reconocer la fuente del mal, pero sobre todo del bien. El adalid del bien ya ganó la batalla en nuestro favor sobre los poderes del mal. El enemigo en cuyo terreno vivimos es un enemigo vencido, y aunque lo más cruento de la batalla se dispute en el ámbito del corazón, aun allí se logra la victoria echando mano del bien. Pero debemos recordar que el bien tiene un rostro. Es una persona. Y tiene también un nombre: Nuestro Salvador Jesucristo. "Sin mí, nada podéis hacer". 

"Más yo os digo, bendecid a los que os maldicen y haced bien a los que aborrecen". Jesus.

"No nos conviene dejarnos llevar del enojo con motivo de algún agravio real o supuesto que se nos haya hecho. El enemigo a quien hemos de temer es el yo. Ninguna forma de vicio es tan funesta para el carácter como la pasión humana no refrendada por el Espíritu Santo. Ninguna victoria que podamos ganar es tan preciosa como la victoria sobre nosotros mismos" (Ministerio de Curación, p.386).

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jueves, 11 de junio de 2015

COSTO DE LA CARRERA

"Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar" (Lucas 14:30). 

Así decían del hombre que en la parábola de Jesús se propuso hacer una torre, pero no tomó en cuenta lo que costaría hasta sus últimas consecuencias. Pero en su más amplia aplicación, ésta parábola no se refiere simplemente a falta de recursos monetarios, que serían los más obvios. Cuando Jesús usó esta breve ilustración se refería más bien a la edificación de la experiencia cristiana sin tomar en cuenta la decisión de la entrega completa, de la abnegación y el sacrificio, aun de la propia vida, si fuese necesario. 

La verdad del evangelio, cuando penetra en el corazón con toda su belleza y exaltación, induce a la entrega. Esa es la primera reacción del corazón tocado por el Espíritu. Pero nunca es una fuerza ciega que obliga a la persona a actuar más allá de su razón, o de su deseo y voluntad. La entrega a Cristo es siempre voluntaria y hay siempre un momento en que se decide abandonar el pecado y la vida de complacencia propia, para agradar solamente a Dios, cueste lo que costare. En tiempos de Jesús, la entrega significaba dejar alguna cosa, abandonar algo y tal vez todo lo que estorbara la relación y la perfecta convivencia con un Dios lleno de amor hacia sus criaturas, pero santo y perfecto en su carácter y obras. Hoy no es de ninguna manera diferente. Todavía las palabras del versículo 27 que anteceden a la parábola cobran el mismo significado: "Y cualquiera que no trae su cruz, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". En otras palabras, el que comienza "la torre" debe considerar que los ladrillos en sus paredes serán cocidos en el horno de fuego del dolor y del sacrificio, alineados conforme al modelo de su ley y sustentados con la mezcla del amor cristiano y las muchas virtudes que de él se derivan. 

"Porque, ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no cuenta primero sentado los gastos, si tiene lo que necesita para acabarla?" (Lucas 14:28). Y debe estar seguro de calcular mucho más de lo que los constructores le dirán que cuesta. Debe comparar el gasto con lo que tiene en su bolsillo, a menos que quiera exponerse a las burlas por comenzar a edificar y no ser capaz de terminarlo. 

1. Todos los que emprenden la profesión cristiana se comprometen en la edificación de una torre, no como la torre de Babel, en opuesta intención al Cielo, por lo cual quedó sin terminarse; sino más bien una en obediencia al Cielo, la cual será terminada hasta en su último detalle. Comience en el nivel más bajo y coloque los cimientos lo más profundamente posible. Edifíquela en la roca y asegúrese de que la construcción vaya bien. Entonces proyéctela tan alto como el cielo. 

2. Cualquiera que desea construir una torre debe sentarse y considerar el costo. Considere qué le costará la mortificación de sus pecados y aun los placeres más disfrutados; le costará una vida de abnegación y de velar constante; una vida de continuo cumplimiento de los deberes sagrados. Tal vez hasta le cueste su reputación entre los hombres, sus propiedades y libertades y todo lo que le sea precioso en este mundo, aun la vida misma. Y si eso nos costara a todos, ¿qué es eso en comparación con lo que le costó a Cristo comprarnos las ventajas de la salvación que adquirimos sin dinero y sin precio? 

3. Muchos que comienzan a construir su torre no perseveran en ello y esa es su necedad; carecen de valor y resolución, no tienen principios fijos y bien enraizados, y no hacen nada. Es verdad, ninguno de nosotros es suficiente en sí mismo para terminar esta torre, pero Cristo ha dicho: "Bástate mi gracia" y nunca nos faltará esa gracia si la procuramos y hacemos uso de ella. 

4. Los que comenzaron la senda cristiana y la abandonaron pierden las cosas que habían ganado (2 Juan 8), y todo lo que habían hecho y sufrido será en vano (Gálatas 3: 4). 

Como discípulos de Cristo, todos tienen que librar la guerra cristiana. No menosprecie nadie la fuerza del enemigo. Aunque las probabilidades estén en su contra, todos deben esforzarse porque, a pesar de todas las desventajas, todavía cuentan con los medios para mantenerse en la lucha y alcanzar la victoria. Hagan lo mejor que puedan en esas terribles circunstancias". —Alford Stier. 

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lunes, 8 de junio de 2015

CONFIANZA ABSOLUTA

"En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno" (Job 1:22). 

Entre las calamidades que azotaron a Job en forma tan dramática e intempestiva, hay dos grandes e insufribles pérdidas temidas por la mayoría de los seres humanos: la pérdida de los seres amados y la pérdida de las posesiones materiales. En el caso de Job eran absolutas y devastadoras. No se trataba de una propiedad aquí o allá, o de la muerte de uno de los hijos. La tragedia barrió con todo. Pero la confianza de Job en Dios era tanta, que no le atribuyó a él el origen de tal calamidad ni lo culpó de la misma. No reaccionó corno la mayoría de los seres humanos que ante la tragedia inmediatamente preguntan, "¿por qué, Dios mío?" 

La comunión con Dios de que gozaba Job lo hizo confiar en la sabiduría divina y sus planes incomprensibles y, no solamente se conformó con su dura suerte, sino que alabó a Dios en aquello que no comprendía, aunque sufría intensamente: "Jehová dio y Jehová quitó. Sea el nombre de Jehová bendito" (vers. 21). Y no se equivocaba. Aunque no tenia la ventaja de contar con la información proporcionada en la introducción al terrible drama, develada en los versículos 6 al 12, ya conocía el carácter de Dios "de oídas" (Job 42:6); por lo tanto, no le atribuyó a Dios "despropósito alguno". 

Aunque se tiende a acusar a Job de haber reclamado a Dios por la dura prueba, el contexto indica que su defensa respondía directamente a las acusaciones de sus enemigos y no necesariamente iba contra Dios. Aun en el peldaño más molesto de la prueba, cuando sufría en su propio cuerpo el azote del maligno en forma de enfermedad  y angustiosa incomodidad, además de la insufrible acusación de quienes se decían sus amigos, exclamó vehementemente: "Aunque me matare, en él esperaré".¡Tal era su confianza en la sabiduría y misericordia divinas!. Como espectadores y conocedores del contexto que enmarca ésta historia, quisiéramos durante su transcurso revelarle el secreto que conocemos, gritarle la verdad, consolarlo con la seguridad de que todo es obra del enemigo y que Dios no le permitirá al tal darle más de lo que puede resistir, ni tomar su vida (Job 2:6). Y sin embargo, a veces olvidamos éste contexto en relación con nuestras propias tregedias y dificultades; desconfiamos de la sabiduría y el amor divinos y le atribuimos aquello que es obra directa y maliciosa del gran enemigo. La promesa no es solamente para Job , Dios ciertamente guardará nuestra vida, la vida que solo podemos conservar en él: la vida eterna, independientemente de los azotes temporales afligidos por el enemigo en éste mundo del que se jacta de ser el dueño. 

Quienes han gustado de la intervención divina en su vida, pueden usar esas experiencias en sus momentos de desánimo y decir: "Aquí me ayudó Dios". Si contemplamos diariamente a Jesús y mantenemos fresca en nuestra mente la imagen de su carácter irreprochable y de amor y sacrificio por nosotros, no tendremos mayor dificultad en reconocer quién es el propiciador de las malas experiencias en la vida y en no atribuirle a Dios "despropósito alguno". 

Los deberes son nuestros ; los eventos, de Dios. Cuando nuestra fe se entromete con los eventos y al atribuirlos a la providenciacia de Dios, comenzamos a decirle: ¿Cómo has hecho esto o lo otro?", nos colocamos en mal terreno. No tenemos nada que hacer allí. Nuestra parte es dejar que el Todopoderoso ejerza criterio y dirija el barco. No hay nada más que hacer, excepto ver cómo podemos ser aprobados por él y cómo depositar el peso de nuestra débil alma ante él, quien es el Dios Omnipotente. Y cuando de esta manera (aparentemente) cometamos errores, no será nuestra culpa, ni nuestra cruz" Samuel Rutherford. Citado por Ruth Bell Graham en Prodigals and Those Who Love Them, Focus on the Familiy Publishing, p. 106. 

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jueves, 4 de junio de 2015

LA GRANDEZA DE LA HUMILDAD

"¿Quién será este niño? (Lucas 1:66).

Sobrenaturales fueron todas las circunstancias que rodearon el nacimiento del precursor del Mesías. Seguramente Dios quería llamar la atención de la gente y levantar la expectativa a fin de que su mensaje fuera más ampliamente recibido. ¿Quién era este niño? Zacarías, su padre, arrebatado por el don profético, lo explicó claramente. Sería el precursor del Mesías. que le prepararía el camino. Pero el "texto" de tal profecía, como aparece en los versículos 68 al 79, es sumamente lacónico en sus referencias a Juan el Bautista. Todo su fervor y exaltación profética se refieren a Aquel del cual sería precursor. Es el mensaje evangélico en una concentrada cápsula que traza el pacto de amor y misericordia con su pueblo, de un Dios que cumple todas sus promesas. 

Todo es singular en la vida de Juan: desde su concepción, las circunstancias en torno a su nombre y los mensajes proféticos en torno a su obra. También su crianza peculiar. Pero en todos ellos se destaca la noción de que, grande como es, es solamente un precursor, un embajador que va haciendo expedito el camino para la llegada del gran Rey. Y Juan lo comprendió muy bien. Es proverbial su espíritu abnegado y la manera como se conformó a los designios divinos. La suya no era simplemente una convicción, era también un modo de vida y una adecuación de su espíritu humilde, santificado por el poder del Espíritu Santo que obraba en él tan delicada gracia. Y los que cooperan con Dios para hacer expedito su retorno a esta tierra, no pueden hacer nada menos. Aun cuando el Señor elija hacer grandes milagros a través de ellos y los use poderosamente, su grandeza se deriva del mensaje que predican y del Señor a quien anuncian. Y cuando el mundo se pregunte "¿quién será este...?" la mirada será dirigida a Aquel otro que viene prestamente en las nubes de los cielos para hacer culminar gloriosamente su obra redentora. 

"Mirando, con fe al Redentor, Juan se elevó a la altura de la abnegación. No trató de atraer a los hombres a sí mismo, sino de elevar sus pensamientos siempre más alto hasta que se fijaran en el Cordero de Dios. Él mismo había sido tan sólo una voz, un clamor en el desierto. Ahora aceptaba con gozo el silencio y la oscuridad a fin de que los ojos de todos pudieran dirigirse a la Luz de la vida". El Deseado de todas las gentes, p. 151. 

"Juan era grande a la vista del Señor cuando, delante de los mensajeros del Sanedrín, delante de la gente y de sus propios discípulos, no buscó honra para sí mismo, sino que a todos indicó a Jesús como el Prometido. Su abnegado gozo en el ministerio de Cristo presenta el más alto tipo de nobleza que se haya revelado en el hombre". El deseado de todas las gentes, pp. 191, 192.

"Jesús, resplandor de la .gloria de su Padre, 'no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo´. Consintió en pasar por todas las experiencias humildes de la vida y en andar entre los hijos de los hombres, no como un rey que exigiera homenaje, sino no como quien tenía por misión servir a los demás. No había en su conducta mancha de fanatismo intolerante ni de austeridad indiferente. El Redentor del mundo era de una naturaleza muy superior a la de un ángel, pero unidas a su majestad divina, había mansedumbre y humildad que atraían a otros hacia él". El discurso maestro de Jesucristo, pp. 17, 18.

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domingo, 31 de mayo de 2015

Salvación en la Tormenta

"Hace parar la tempestad en sosiego y se apaciguan sus ondas" (Salmos 10:29)


La vida tiene sus tempestades y no siempre sabemos quién las provoca. A veces nos sentimos culpables de posiblemente haberlas provocado nosotros mismos. Algunos podrían decir que Dios las ha enviado en su misericordia para pulir nuestro carácter. Otros dirán que Dios no envía a sus hijos el sufrimiento y ansiedad que provocan tales tempestades... que sólo las permite. Y tal vez otros más asegurarán que Satanás es el autor de toda tragedia y malestar grande o pequeño sobre la tierra... y sobre el mar; el agitado mar de la existencia cuyas olas, dice el salmista, "sube a los cielos y descienden a los abismos" (vers. 26).

Lo cierto es que atrapados en medio de la tormenta sobran las reflexiones teológicas. Al embate de las olas que se elevan "como si fueran a llegar a los cielos" y caen aplastantes hundiéndose juntamente con la azorada barquilla "hasta las mismas profundidades del abismo", la única voz posible, el único grito desesperado es "¡sálvanos, que perecemos!" (Marcos 4:38). Y como en el mar de Tiberias, basta solamente la divina palabra de reprensión, sea sobre los elementos, sea sobre la vorágine de pasiones humanas, sea sobre las potestades del infierno, sea sobre cualquier cosa que encuentre su símbolo y metáfora en la tempestad marina y amedrente al hijo de Dios, hasta hacerlo que su "alma se derrita y titubee como borracho" (Salmos 107:26,27), para que se pare "la tempestad en sosiego y se apacigüen sus ondas".

Es maravilloso experimentar la certeza de la salvación de Dios en los momentos menos promisorios y desalentadores de la existencia. Es como si el Señor quisiera desarrollar y hacer crecer hasta sus límites terrenales, la confianza de que así como su brazo poderoso nos libra del mortal oleaje de las tempestades temporales, no se acortará en lo mínimo para salvarnos de la tempestad total y devastadora, la liberación de la cual representa nuestra salvación eterna.

Entonces vendremos y lo alabaremos por siempre porque nos ha dado reposo en la tempestad y nos ha guiado "al puerto deseado" (vers. 30). Amén, así sea.


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miércoles, 27 de mayo de 2015

El Gran Sermón de Cristo

Por las pruebas y persecuciones se revela la gloria o carácter de Dios en sus elegidos. La iglesia de Dios, perseguida y aborrecida por el mundo, se educa y se disciplina en la escuela de Cristo. En la tierra, sus miembros transitan por sendas estrechas y se purifican en el horno de la aflicción. Siguen a Cristo a través de conflictos penosos; se niegan a sí mismos y sufren ásperas desilusiones; pero los dolores que experimentan les enseñan la culpabilidad y la desgracia del pecado, al que miran con aborrecimiento. E.G.W.

Siendo participantes de los padecimientos de Cristo, están destinados a compartir también su gloria. En santa visión, el profeta vio el triunfo del pueblo de Dios. Dice: “Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia... en pie sobre el mar de vidrio y con las arpas de Dios. Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras. Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos”. “Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 30). 
E.G.W.

No podemos esperar hasta el juicio para estar dispuestos a negarnos al yo y levantar la cruz. No podremos entonces formar caracteres para el cielo. Es aquí, en esta vida, donde debemos colocarnos al mando del humilde y abnegado Redentor. Es aquí donde debemos vencer la envidia, la contienda, el egoísmo, el amor al dinero, el amor al mundo. Es aquí donde debemos entrar en la escuela de Cristo y aprender del Maestro las preciosas lecciones de mansedumbre y humildad. Y es aquí donde debemos hacer los mayores esfuerzos para ser leales y fieles al Dios del cielo (Alza tus ojos, p. 190). E.G.W.

La regla de oro es el principio de la cortesía verdadera, cuya ilustración más exacta se ve en la vida y el carácter de Jesús. ¡Oh! ¡Qué rayos de amabilidad y belleza se desprendían de la vida diaria de nuestro Salvador! ¡Qué dulzura emanaba de su misma presencia! El mismo espíritu se reve¬lará en sus hijos. Aquellos con quienes mora Cristo serán rodeados de una atmósfera divina. Sus blancas vestiduras de pureza difundirán la fragancia del jardín del Señor. Sus rostros reflejarán la luz de su semblante, que iluminará la senda para los pies cansados e inseguros. E.G.W.

Nadie que tenga el ideal verdadero de lo que constituye un carácter perfecto dejará de manifestar la simpatía y la ternura de Cristo. La influencia de la gracia debe ablandar el corazón, re finar y purificar los sentimientos, impartir delicadeza celestial y un sentido de lo correcto. 
E.G.W.


Todavía hay un significado mucho más profundo en la regla de oro. Todo aquel que haya sido hecho mayordomo de la gracia múltiple de Dios está en la obligación de impartirla a las almas sumidas en la ignorancia y la oscuridad, así como, si él estuviera en su lugar, desearía que se la impartiesen. Dijo el apóstol Pablo: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”. Por todo lo que hemos conocido del amor de Dios y recibido de los ricos dones de su gracia por encima del alma más entenebrecida y degradada del mundo, estamos en deuda con ella para comunicarle esos dones. Así sucede también con las dádivas y las bendiciones de esta vida: cuanto más poseáis que vuestros prójimos, tanto más sois deudores para con los menos favorecidos. Si tenemos riquezas, o aun las comodidades de la vida, entonces estamos bajo la obligación más solemne de cuidar de los enfermos que sufren, de la viuda y los huérfanos, así como desearíamos que ellos nos cuidaran si nuestra condición y la suya se invirtieran (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 114, 115). 
E.G.W.

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LA SALVACIÓN ES UN DON DE DIOS


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